martes, 7 de octubre de 2008

Crónica de un ataque terrorista

Era nuestra primera mañana en el Cairo y nos despertó la oración matutina; voces graves y repetitivas que se escuchan todas las madrugadas desde los minaretes de la ciudad.

Ale se metió a bañar, ella había perdido el volado. Mientras mi prima disfrutaba de la regadera sonó el teléfono dos veces, pero yo estaba demasiado cansada para contestar. Luego fue mi turno de usar el baño y para mi gran desgracia tuve que levantarme de la cama.

A medio desvestir escuché un sonido agudo y prolongado, me tarde un rato en entender que se trataba de la alarma contra incendios. Incluso una vez registrado este hecho, asumí que era un error del hotel y marqué indignada a la recepción para que lo corrigieran. No obtuve respuesta.
Ale descorrió las cortinas y nos asomamos por la ventana, descubrimos que había humo subiendo desde el primer piso, nublando nuestra vista hacía abajo.

Recordé de golpe todas las advertencias que me habían hecho antes de viajar. Es un país miserable, mal organizado y peligroso; lleno de gente retrógrada y violenta. Apenas unos años antes, setenta turistas alemanes fueron brutalmente ejecutados en Luxor, y el reciente ataque a las torres gemelas había puesto a Egipto en la mira como un lugar de alto riesgo. Por eso todo salió más barato. Por eso me encontraba en el piso veintitrés de un hotel que parecía un blanco perfecto para cualquier fanático con iniciativa.

Ale forzó la voz en un intento por mantener la calma – María Cristina vístete, se está quemando el hotel – Sorprendentemente logré responder, me puse la pijama y mis tenis. Tomé una bolsa, el dinero y los pasaportes.

Mientras tanto mi prima buscó al Tío Jorge. Todavía con su voz de tranquilidad aterradora dijo -Papá salte, se quema el hotel –, – Ale espérame, que me estoy bañando - y con esas palabras perdió toda compostura, entró al baño y lo jaló del brazo desnudo en un intento desesperado por salvarlo.

De pronto alguien tocó la puerta de la habitación. Confundida, y con pasaportes en mano, abrí para encontrarme con tres árabes perfectamente uniformados. En un ingles medio fallido me avisaron –Está sonando su alarma- Su obviedad me exasperó –Sí- les contesté, apurada por bajar veintitrés pisos corriendo –Se quema el hotel-

Los egipcios me vieron como si no entendieran. Cuando Ale y el Tío Jorge salieron del cuarto de junto, mojados y extremadamente agitados, los hombres de seguridad nos explicaron bien fuerte, lento y claro que no pasaba nada. Qué el hotel estaba intacto. De nuevo, nos tardamos en reaccionar.

–Pero vimos el humo- alegó Ale con voz temblorosa.

Resulta que las calderas sacan vapor por las mañanas y que el ambiente del Cairo hace que éste suba con mucha velocidad. La alarma fue un error del hotel y al día siguiente nos regalaron una canasta de fruta. También recibimos una dosis de humillación que nos separó de la paranoia irracional que veníamos arrastrando desde el otro lado del mundo; fue suficiente para permitirnos disfrutar, cabizbajos y felices, el resto del viaje.

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